NOVELA: “LA ESTRELLA DEL AMANECER”
(ILLARE’C CHASKA).
AUTOR: CARLOS ALBERTO
FLORES BORJA.
CAPÍTULO I
La calle dormía desde tres horas
atrás, porque Trujillo acostumbra acostarse temprano. En la quinta cuadra de
Zepita sobresalían los balcones de la casa de pensión, cuya fachada habían
pintarrajeado con palabras soeces y corazones flechados. A media cuadra se
erguía el viejo edificio del Seminario, donde funcionaban algunas facultades de
la Universidad.
Por la ventana del balcón de la derecha
alumbraba la luz del cuarto más trasnochador de Trujillo. Una mesa apolillada
con solo tres patas buenas, ocupaba el centro de la habitación, dejando el
espacio justo para tres camas e igual número de sillas. La luz caía
directamente sobre la mesa desde un foco que pendía a menos de un metro de ésta.
-¡Apaguen la luz! –gritó Armando
desde la cama del rincón.
Pero Álvaro jamás podía conciliar
el sueño antes de la una de la madrugada. De grandes ojos negros y casi siempre
enrojecidos, su aspecto era taciturno y egocéntrico, como para hacer juego con
las noches de Trujillo: calladas, profundas y frescas.
-¿Y tú crees Wálter que esta vez
ganemos a los apristas en la Federación?
Noches tranquilas para explayar
el espíritu, extasiándolo en la contemplación de tanta quietud y calma. En
invierno, una fina neblina trepa por techos y paredes y Trujillo emerge como
una enorme tumba por su aspecto y majestad. Pero el frío hacía tiritar.
-Es que tenemos que ganar,
Alvarito. ¿No te das cuenta que el plan de los apristas es capturar varias
universidades para convertirlas en sus focos partidarios para las próximas
elecciones nacionales?... El flaco Cristóbal tiene su jale, sobre todo entre
las mujeres. Y esto es muy importante porque ellas constituyen la masa
despolitizada de la Universidad, que muchas veces votan por el más pintón o el
que mejor habla.
-¿Quieres que te lea mi último
poema? –cortó Álvaro.
-Espera pues, Alvarito, estamos
hablando de papas y sales con camotes –contestó Wálter frunciendo el ceño.
-¿Y por qué no te lanzas tú como
dirigente de la FUT?
-¡Tienes unas ideas!... ¿Tú crees
que es cosa de aventarse nomás?. No, hay que tener ciertas cualidades, ser preparado, ser…
Pero en verano es diferente. Las
noches son como para pasarlas en vela, pensando. O simplemente caminando por
esas calles anchas y solitarias, sin miedo a ser molestados por nadie.
-¿Y me vas a decir que tú no eres
mejor que cualquiera de los que están en las listas? -dijo Álvaro-. Tú eres mejor que el mejor de
ellos. ¡Si siquiera poseyeran una pizca
de tu sinceridad y espíritu de trabajo!. Pero bien lo has dicho: basta ser
pintoncito y palabrero para ser dirigente. Si Marlon Brando viniera y
postulara, seguramente ganaba… La verdad, Wálter, a mí me da asco toda esta politiquería. Y si
votaré por la lista que apoya la izquierda es porque me siento izquierdista.
Pero seamos sinceros, ¿qué hacemos para educar a esos despolitizados como tú
los llamas?... ¡Nada, nada!... Solo cuando hay elecciones nos acordamos de
ellos. Y a propósito, ¿a qué partido pertenece
Cristóbal?
-Bueno, es independiente
–contestó Wálter bostezando-. Pero es manejable y, sobre todo, un buen muchacho.
El vice sí es nuestro.
-Ya vez –dijo Álvaro dando un
brinco desde la silla-. Ni siquiera a un marxista han lanzado.
En fin, noches invernales o tropicales.
Para temblar o para pasear. Pero bellas y extrañas, disímiles y una. Para filosofar
o cantar.
-Porque tenemos muchos anticuerpos.
Sobre todo las mujeres. Tú sabes la tremenda campaña en contra que nos han
desatado los apristas: que los comunistas somos ateos, traidores, vendepatrias.
Es una táctica que hay que comprenderla, hermano. Tenemos que unir a todas las
fuerzas progresistas para derrotar a los retrógrados… Bueno, bueno, no pongas
esa cara. Total, si quieres nos acostamos ya. O si no, léeme el poema del que
me hablabas.
Y recién el rostro de Álvaro se
iluminó. Restregóse los ojos y sacó un cuaderno de su viejo cartapacio. De la
cama del rincón volvieron a protestar por la luz.
Un emolientero rompió el silencio agudo de la
calle. No obstante el calor, pasaba forrado hasta el cuello y silbando un
huaynito del Jilguero del Huascarán. Después de orinar en la esquina continuó
su camino hasta que la última nota del canto se diluyó con su figura.
Y el silencio se posó de nuevo
sobre sus dominios. Y esta vez más profundo, lacerante y oscuro… Como las
cuevas donde duermen los ojos siempre abiertos de Vallejo, allá en el Paseo de
las Letras, en su busto de bronce, sucio, contemplando Mansiche y doliéndose
del dolor humano.
*****
-Y yo no les vengo a rogar que me
den sus votos. ¡Lo exijo!. Lo exige así este santuario de Bolívar que clama
porque cesen los robos, las componendas y los maridajes de los antipatrias
vendidos al oro de los imperialistas y que quieren convertir este centro de estudios
en la Universidad del odio… Lo exige así esta heroica ciudad de Trujillo tantas
veces sacrificada en aras de la libertad.
Vivas y hurras interrumpían
repetidamente el discurso, mientras que el orador se arreglaba el nudo de su
corbata y tomaba aliento para continuar. La sala, estrecha de por sí, estaba
totalmente ocupada. Las pocas mujeres tomaron asiento adelante y el grueso de
hombres trepó sobre las carpetas.
El candidato del APRA a la presidencia
de la Federación Universitaria de Trujillo llevaba más de veinte minutos
hablando y repitiendo las mismas frases, las mismas consignas, los mismos
estribillos, mientras desde atrás resonaban fieros los gritos de la militancia
aprista.
-Y si se trata de luchar, lo
haremos como siempre lo hemos hecho los dirigentes, de frente y con el pecho descubierto.
Porque dirigentes y masas somos una misma cosa. Y porque nosotros nunca abandonamos a las masas ni las entregamos a la
tutela y vasallaje del imperialismo ruso o chino…
-¡Pero sí al imperialismo yanqui!
–gritó alguien desde afuera.
Y en la sala y en el patio se
hizo un silencio sepulcral. Todos contuvieron la respiración esperando que
quien se atrevió a gritar tamaña frase corriera a la máxima velocidad de sus
piernas para escapar de los búfalos. Pero el joven no se movió. Y una sonrisa
burlona apareció en sus labios como diciendo ya ven cobardes, aquí no pasa
nada.
De repente cuatro sujetos
fornidos, con las camisas desabrochadas y el odio pintado en sus rostros,
cayeron como rayos sobre el estudiante .Mientras dos lo azotaban con las
hebillas de sus correas, los otros lo golpeaban con manoplas. El estudiante se
dobló y aún en el suelo lo siguieron pateando y escupiendo.
Al día siguiente, el mismo
candidato en una de las aulas de la Facultad de Letras decía:
-Los comunistas son capaces de
sacrificar hasta a sus padres con tal de ver sangre e incitar a los tontos
útiles que les sirven de carne de cañón. Eso es lo que pasó ayer, compañeros,
cuando un energúmeno fue enviado por los rábanos a atacarme, intentando mancillar
la majestad de la Casa de Bolívar, Sánchez Carrión y Orrego. Y fueron los
mismos comunistas los que después lo masacraron con la finalidad de sembrar el
caos y el desconcierto entre los cientos de estudiantes democráticos que
escuchaban mis palabras… Pero nosotros no nos dejamos provocar y pacíficamente
nos retiramos. Porque nosotros no necesitamos de la violencia para triunfar, porque…
Y era irónico el escucharlo hablar
de no violencia cuando confundidos entre los estudiantes estaban los cuerpos de
choque del APRA, conformados por maleantes extrauniversitarios, camisas
desabrochadas, respiración jadeante y listos para acallar cualquier
contramanifestación.
*****
A las siete de la noche Álvaro
llegó al Hospital Belén. Ya estaba allí Wálter, sentado a un borde de la cama y
muerto de risa.
-Ni jodido deja de bromear –decía
al mismo tiempo que frotaba el muslo derecho de Armando.
Efectivamente, el aspecto de
Armando era bastante cómico. Álvaro sonrió y se disculpó por no haber venido
más temprano.
-¿Y, Alvarito? –dijo Armando- ¿Es
cierto que ustedes los comunistas fueron los que me apalearon ayer?
-Así está diciendo el mequetrefe
aprista en los demás salones –contestó Álvaro.
-¿Y qué prefieres ser tú, Álvaro
–volvió a preguntar Armando- tonto útil o imbécil inútil?... Porque si de
verdad yo era un tonto útil, ahora por obra y gracia de las patadas que me han
regalado, me he convertido en un reverendo imbécil inútil, con varias costillas
hechas picadillo… Porque hay que ser un imbécil para atreverse a gritar en
medio de esos salvajes. No sé qué mosca me picó, aunque lo hice por joder
nomás. Tú sabes que yo no me meto en política… Y dime, ¿habían gilas en el
patio?
-Por supuesto –contestó Wálter.
-¿Y me verían tirado en el suelo
como perro?
-¡Claro!... Si hasta salieron
corriendo cuando sangrabas.
-Pucha, carajo, ya me jodí entonces,
ya me jodí –dijo Armando-. Ojalá que no me reconozcan y vayan con el chisme a
la Facultad.
-No hacen falta los chismes,
flaco. Porque hasta en La Industria has salido.
-No me digas, hermanito, ¿a ver
jura?
Ya desde la mañana conocía Armando
de la nota publicada en el diario La Industria, pero gustaba que se lo repitieran.
Se sentía famoso y eso calmaba sus dolores. Cuando abandonó el hospital con una
faja sosteniéndole las costillas rotas y dos parches pequeños en la cara, se
exhibía orgulloso en el patio de Letras y a cada uno le contaba una historia
diferente de lo que ocurrió
-Y cuando se me acercaron los
ocho búfalos armados con cadenas y revólveres –alardeaba frente a un grupo
boquiabierto de muchachas- yo me cuadré y de un solo derechazo derribé a tres, mientras
que chalaqueaba a un par más. Pero los otros me cogieron a traición por la
espalda y me tiraron al suelo… Una vez caído y después de una breve lucha, solo
vi una lluvia de golpes. Por poco me matan, chicas, por Dios…
*****
¡Este bendito clima!
Frío, niebla, viento. Ni un
poquito de calor. Felizmente que pronto iremos a la playa a bañarnos de sol.
¡Oh sol!... Cuánta falta nos
haces, sol caliente. ¿Ya estará el café?, sol de a verdad.
-Julia, ya me voy.
Iba a comprarme otra frazada,
pero como ya viene el verano mejor me aguanto hasta junio, cosa que me alcanza
pa’ la trusa. ¿Cómo será Ancón?
-Me hago tarde, mujer, ya van a
dar las seis.
El Fico nuevamente está con
ronquera y el médico se mata diciendo son los bronquios, son los bronquios…
¡Maldita sea!. Porqué siquiera no dice son los bronquios y aquí tiene este
Broncopén.
-Julia, ¿ya hiciste el remedio al
Fico?.
Cuando haga calor lo llevaré a
que se asolee. Con cien soles me alcanza para ir a la playa con la Julia y el
Fico. Con cincuenta nomás. Al Agua Dulce… ¿Cómo será Ancón?
-Pero Gerardo, abrígate por Dios.
¿Cómo vas a sanarte así?
-Te pregunté si le hiciste su
jugo de nabos al Fico…
La Julia también necesita de sol.
En verano hasta sin zapatos se puede andar. Y sobre todo se tose menos. Aunque
igualito es, se sugestiona uno nomás. Para que no se aburra la voy a invitar al
cinema.
-Oye Julia, ¿todavía dan la misma
película en el cine?
Y cuando el romano pregunta quién
es Espartaco, Espartaco se pone de pie y dice yo soy Espartaco. Porque él sabía
que de no hacerlo crucificarían a sus otros compañeros. Y él, como jefe, tenía
que dar el ejemplo… Si conseguimos el aumento me compraré una chompa con el reintegro.
Ojalá no haya huelga.
-¿Estás segura que siguen dando
la misma película, Julia?
Pedro hay que ver cómo los demás
compañeros no delataron a Espartaco. Cuando él se paró, se levantó otro y otro
y después otro. Y todos decían yo soy Espartaco, yo soy Espartaco, para que el
romano no supiera quién era el verdadero Espartaco… Y Espartaco lloró de
emoción.
-¿Quieres ir al cine hoy en la
noche, Julia?. Pero te advierto que la película tiene mal fin.
¿Por qué siempre a los pobres nos
aplastan como a gusanos?. Si tengo otro varón le voy a poner Espartaco. Ya se
le nota la barriga a la Julia. Pobre mi mujercita, todo el día aquí metida
fregándose los pulmones, lavando y cocinando.
-Sí Julia. Esta noche vamos al
cine a ver Espartaco. Mándame la comida temprano y no te olvides de darle su
remedio al Fico.
*****
El nuevo día en la barriada es
anunciado por el retozar de los niños. Esa como si con una capa de dulzura se pretendiera
cubrir los harapos hechos carne, la pobreza hecha madre. La barriada es la primera
en despertarse sin siquiera desperezarse. Y entre la niebla y el frío del
invierno, las mujeres y niños hacen cola para llenar sus latas con el agua que
sale del único caño existente. Y los que viven más arriba tendrán que comprarla
por cilindros a los camioneros.
La miseria parece haberse cansado
de ser nómade y decidió fundar su propia ciudad: y así nació la barriada. Todo
el mundo camina presuroso como queriendo ganar al tiempo. Las amas de casa
corren al mercado, los hombres a su trabajo y los chiquillos a la zanja que les
sirve de excusado.
Gerardo Núñez se pasó la chalina
por el cuello y a pasos largos se dirigió a la fábrica. De cabello revuelto, mirada
honda y con una nariz que amenazaba con desaparecer, mas bien parecía un bohemio que un obrero.
Tres años atrás se había
organizado un sindicato en la fábrica, pero como si ni existiera. Mas
propiamente cumplía funciones de club social alentado adrede por el patrón
parta distraer a los obreros de sus verdaderas metas.
Aunque algo estaba ocurriendo últimamente.
Un desconcierto que todavía era un murmullo recorría los torvos espinazos de
los trabajadores. Desde que llegó Jorge a trabajar en la fábrica algo estaba
operándose en el espíritu de los obreros, indudablemente. Y Gerardo notaba el
cambio ,aunque sin tomar conciencia plena de lo que se trataba.
Del bolsillo derecho de su
chaqueta extrajo un abultado llavero y abrió el portón. Marcó la tarjeta de
ingreso, sacudió el polvo de la silla y sentóse a dormitar, mientras el reloj
anunciaba las seis de la mañana.
Afuera todo continuaba igual: la
niebla, los canillitas descalzos, el mendigo paralítico de la esquina y la miseria
convertida en casas de esteras en la barriada.
Pero adentro, en la fábrica, algo
estaba cambiando.
-Desde que llegó el Jorge…
*****
El sol de Marara calentaba con más fuerza en el verano y la ropa se pegaba
al cuerpo. Aunque las lluvias se hacían más persistentes nunca llegaban a ser
torrenciales. Después de un día de arduo trajín por la cantidad de mercadería
que vendió en La Paradita, Mario regresaba en su triciclo rumbo a la chichería
de Tomasa.
Debido a que el techo de la sala
era bastante bajo, el calor se tornaba insoportable, por lo que la mayoría de
los clientes que bebían chicha o comían pescado, vestían solo pantalón y
bividí. Y entre los rostros sudorosos y vientres prominentes a fuer de tanta
chicha, contrastaba la figura grácil de Lucila, enamorada de Mario e hija de
Tomasa.
Lucila era muy querida en el
barrio y parecía un rayo de sol con sus dieciséis años primorosos y las trenzas
azabaches balanceándose sobre sus hombros.
-Mira, Mario, allí llega Aurelio
–dijo ella de pronto.
Aurelio se acercó, saludó primero
a Tomasa y luego se sentó junto a los enamorados.
-¿Cómo te fue? –preguntó Aurelio
dirigiéndose a Mario.
-Macanudo –contestó Mario-.
Pintamos todo Marara.
-Ya lo sé. Te pregunté que cómo
te fue porque he pasado por tu casa y he visto tiradas dos latas de pintura en
el corral.
-Ah, disculpa, las recogeré de
inmediato.
-Mira, Mario –dijo Aurelio-, no
quiero llamarte la atención por quítame esta paja, pero cada vez estás más
descuidado. Creo que ya no te voy a pedir que hagas nada.
Mario bajó la cabeza, pidió un
poto de chicha y, con gran tranquilidad, arguyó:
-Que conste que pintamos toda la
ciudad y nadie nos ha visto. ¿No te basta eso?
-No Mario, no basta. Y tú bien
sabes que lo que más importa es la seguridad de todos… Bien, ya hemos hablado bastante
y Lucila nos está mirando asustada. La tienes boba…
Antes de despedirse Aurelio se
acercó a Lucila y le entregó un libro. Y apretándole las manos se marchó.
Al verlo salir, la vieja Tomasa
pensó sobre este muchacho siempre tan correcto…
-En cambio el Mario, con la
cabeza volada nomás anda.
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