martes, 5 de noviembre de 2013

NOVELA: “LA ESTRELLA  DEL AMANECER”  (ILLARE’C CHASKA).
AUTOR: CARLOS ALBERTO FLORES BORJA.
CAPÍTULO I


La calle dormía desde tres horas atrás, porque Trujillo acostumbra acostarse temprano. En la quinta cuadra de Zepita sobresalían los balcones de la casa de pensión, cuya fachada habían pintarrajeado con palabras soeces y corazones flechados. A media cuadra se erguía el viejo edificio del Seminario, donde funcionaban algunas facultades de la Universidad.
Por la ventana del balcón de la derecha alumbraba la luz del cuarto más trasnochador de Trujillo. Una mesa apolillada con solo tres patas buenas, ocupaba el centro de la habitación, dejando el espacio justo para tres camas e igual número de sillas. La luz caía directamente sobre la mesa desde un foco que pendía a menos de un  metro de ésta.
-¡Apaguen la luz! –gritó Armando desde la cama del rincón.
Pero Álvaro jamás podía conciliar el sueño antes de la una de la madrugada. De grandes ojos negros y casi siempre enrojecidos, su aspecto era taciturno y egocéntrico, como para hacer juego con las noches de Trujillo: calladas, profundas y frescas.
-¿Y tú crees Wálter que esta vez ganemos a los apristas en la Federación?
Noches tranquilas para explayar el espíritu, extasiándolo en la contemplación de tanta quietud y calma. En invierno, una fina neblina trepa por techos y paredes y Trujillo emerge como una enorme tumba por su aspecto y majestad. Pero el frío hacía tiritar.
-Es que tenemos que ganar, Alvarito. ¿No te das cuenta que el plan de los apristas es capturar varias universidades para convertirlas en sus focos partidarios para las próximas elecciones nacionales?... El flaco Cristóbal tiene su jale, sobre todo entre las mujeres. Y esto es muy importante porque ellas constituyen la masa despolitizada de la Universidad, que muchas veces votan por el más pintón o el que mejor habla.
-¿Quieres que te lea mi último poema? –cortó Álvaro.
-Espera pues, Alvarito, estamos hablando de papas y sales con camotes –contestó Wálter frunciendo el ceño.
-¿Y por qué no te lanzas tú como dirigente de la FUT?
-¡Tienes unas ideas!... ¿Tú crees que es cosa de aventarse nomás?. No, hay que tener ciertas  cualidades, ser preparado, ser…
Pero en verano es diferente. Las noches son como para pasarlas en vela, pensando. O simplemente caminando por esas calles anchas y solitarias, sin miedo a ser molestados por nadie.
-¿Y me vas a decir que tú no eres mejor que cualquiera de los que están en las listas?  -dijo Álvaro-. Tú eres mejor que el mejor de ellos. ¡Si siquiera  poseyeran una pizca de tu sinceridad y espíritu de trabajo!. Pero bien lo has dicho: basta ser pintoncito y palabrero para ser dirigente. Si Marlon Brando viniera y postulara, seguramente ganaba… La verdad, Wálter,  a mí me da asco toda esta politiquería. Y si votaré por la lista que apoya la izquierda es porque me siento izquierdista. Pero seamos sinceros, ¿qué hacemos para educar a esos despolitizados como tú los llamas?... ¡Nada, nada!... Solo cuando hay elecciones nos acordamos de ellos.  Y a propósito, ¿a qué partido pertenece Cristóbal?
-Bueno, es independiente –contestó Wálter bostezando-. Pero es manejable y, sobre todo, un buen muchacho. El vice sí es nuestro.
-Ya vez –dijo Álvaro dando un brinco desde la silla-. Ni siquiera a un marxista han lanzado.
En fin, noches invernales o tropicales. Para temblar o para pasear. Pero bellas y extrañas, disímiles y una. Para filosofar o cantar.
-Porque tenemos muchos anticuerpos. Sobre todo las mujeres. Tú sabes la tremenda campaña en contra que nos han desatado los apristas: que los comunistas somos ateos, traidores, vendepatrias. Es una táctica que hay que comprenderla, hermano. Tenemos que unir a todas las fuerzas progresistas para derrotar a los retrógrados… Bueno, bueno, no pongas esa cara. Total, si quieres nos acostamos ya. O si no, léeme el poema del que me hablabas.
Y recién el rostro de Álvaro se iluminó. Restregóse los ojos y sacó un cuaderno de su viejo cartapacio. De la cama del rincón volvieron a protestar por la luz.
Un  emolientero rompió el silencio agudo de la calle. No obstante el calor, pasaba forrado hasta el cuello y silbando un huaynito del Jilguero del Huascarán. Después de orinar en la esquina continuó su camino hasta que la última nota del canto se diluyó con su figura.
Y el silencio se posó de nuevo sobre sus dominios. Y esta vez más profundo, lacerante y oscuro… Como las cuevas donde duermen los ojos siempre abiertos de Vallejo, allá en el Paseo de las Letras, en su busto de bronce, sucio, contemplando Mansiche y doliéndose del dolor humano.
*****
-Y yo no les vengo a rogar que me den sus votos. ¡Lo exijo!. Lo exige así este santuario de Bolívar que clama porque cesen los robos, las componendas y los maridajes de los antipatrias vendidos al oro de los imperialistas y que quieren convertir este centro de estudios en la Universidad del odio… Lo exige así esta heroica ciudad de Trujillo tantas veces sacrificada en aras de la libertad.
Vivas y hurras interrumpían repetidamente el discurso, mientras que el orador se arreglaba el nudo de su corbata y tomaba aliento para continuar. La sala, estrecha de por sí, estaba totalmente ocupada. Las pocas mujeres tomaron asiento adelante y el grueso de hombres trepó sobre las carpetas.
El candidato del APRA a la presidencia de la Federación Universitaria de Trujillo llevaba más de veinte minutos hablando y repitiendo las mismas frases, las mismas consignas, los mismos estribillos, mientras desde atrás resonaban fieros los gritos de la militancia aprista.
-Y si se trata de luchar, lo haremos como siempre lo hemos hecho los dirigentes, de frente y con el pecho descubierto. Porque dirigentes y masas somos una misma cosa. Y porque nosotros nunca  abandonamos a las masas ni las entregamos a la tutela y vasallaje del imperialismo ruso o chino…
-¡Pero sí al imperialismo yanqui! –gritó alguien desde afuera.
Y en la sala y en el patio se hizo un silencio sepulcral. Todos contuvieron la respiración esperando que quien se atrevió a gritar tamaña frase corriera a la máxima velocidad de sus piernas para escapar de los búfalos. Pero el joven no se movió. Y una sonrisa burlona apareció en sus labios como diciendo ya ven cobardes, aquí no pasa nada.
De repente cuatro sujetos fornidos, con las camisas desabrochadas y el odio pintado en sus rostros, cayeron como rayos sobre el estudiante .Mientras dos lo azotaban con las hebillas de sus correas, los otros lo golpeaban con manoplas. El estudiante se dobló y aún en el suelo lo siguieron pateando y escupiendo.
Al día siguiente, el mismo candidato en una de las aulas de la Facultad de Letras decía:
-Los comunistas son capaces de sacrificar hasta a sus padres con tal de ver sangre e incitar a los tontos útiles que les sirven de carne de cañón. Eso es lo que pasó ayer, compañeros, cuando un energúmeno fue enviado por los rábanos a atacarme, intentando mancillar la majestad de la Casa de Bolívar, Sánchez Carrión y Orrego. Y fueron los mismos comunistas los que después lo masacraron con la finalidad de sembrar el caos y el desconcierto entre los cientos de estudiantes democráticos que escuchaban mis palabras… Pero nosotros no nos dejamos provocar y pacíficamente nos retiramos. Porque nosotros no necesitamos de la violencia para triunfar, porque…
Y era irónico el escucharlo hablar de no violencia cuando confundidos entre los estudiantes estaban los cuerpos de choque del APRA, conformados por maleantes extrauniversitarios, camisas desabrochadas, respiración jadeante y listos para acallar cualquier contramanifestación.
*****
A las siete de la noche Álvaro llegó al Hospital Belén. Ya estaba allí Wálter, sentado a un borde de la cama y muerto de risa.
-Ni jodido deja de bromear –decía al mismo tiempo que frotaba el muslo derecho de Armando.
Efectivamente, el aspecto de Armando era bastante cómico. Álvaro sonrió y se disculpó por no haber venido más temprano.
-¿Y, Alvarito? –dijo Armando- ¿Es cierto que ustedes los comunistas fueron los que me apalearon ayer?
-Así está diciendo el mequetrefe aprista en los demás salones –contestó Álvaro.
-¿Y qué prefieres ser tú, Álvaro –volvió a preguntar Armando- tonto útil o imbécil inútil?... Porque si de verdad yo era un tonto útil, ahora por obra y gracia de las patadas que me han regalado, me he convertido en un reverendo imbécil inútil, con varias costillas hechas picadillo… Porque hay que ser un imbécil para atreverse a gritar en medio de esos salvajes. No sé qué mosca me picó, aunque lo hice por joder nomás. Tú sabes que yo no me meto en política… Y dime, ¿habían gilas en el patio?
-Por supuesto –contestó Wálter.
-¿Y me verían tirado en el suelo como perro?
-¡Claro!... Si hasta salieron corriendo cuando sangrabas.
-Pucha, carajo, ya me jodí entonces, ya me jodí –dijo Armando-. Ojalá que no me reconozcan y vayan con el chisme a la Facultad.
-No hacen falta los chismes, flaco. Porque hasta en La Industria has salido.
-No me digas, hermanito, ¿a ver jura?
Ya desde la mañana conocía Armando de la nota publicada en el diario La Industria, pero gustaba que se lo repitieran. Se sentía famoso y eso calmaba sus dolores. Cuando abandonó el hospital con una faja sosteniéndole las costillas rotas y dos parches pequeños en la cara, se exhibía orgulloso en el patio de Letras y a cada uno le contaba una historia diferente de lo que ocurrió
-Y cuando se me acercaron los ocho búfalos armados con cadenas y revólveres –alardeaba frente a un grupo boquiabierto de muchachas- yo me cuadré y de un solo derechazo derribé a tres, mientras que chalaqueaba a un par más. Pero los otros me cogieron a traición por la espalda y me tiraron al suelo… Una vez caído y después de una breve lucha, solo vi una lluvia de golpes. Por poco me matan, chicas, por Dios…
*****
¡Este bendito clima!
Frío, niebla, viento. Ni un poquito de calor. Felizmente que pronto iremos a la playa a bañarnos de sol.
¡Oh sol!... Cuánta falta nos haces, sol caliente. ¿Ya estará el café?, sol de a verdad.
-Julia, ya me voy.
Iba a comprarme otra frazada, pero como ya viene el verano mejor me aguanto hasta junio, cosa que me alcanza pa’ la trusa. ¿Cómo será Ancón?
-Me hago tarde, mujer, ya van a dar las seis.
El Fico nuevamente está con ronquera y el médico se mata diciendo son los bronquios, son los bronquios… ¡Maldita sea!. Porqué siquiera no dice son los bronquios y aquí tiene este Broncopén.
-Julia, ¿ya hiciste el remedio al Fico?.
Cuando haga calor lo llevaré a que se asolee. Con cien soles me alcanza para ir a la playa con la Julia y el Fico. Con cincuenta nomás. Al Agua Dulce… ¿Cómo será Ancón?
-Pero Gerardo, abrígate por Dios. ¿Cómo vas a sanarte así?
-Te pregunté si le hiciste su jugo de nabos al Fico…
La Julia también necesita de sol. En verano hasta sin zapatos se puede andar. Y sobre todo se tose menos. Aunque igualito es, se sugestiona uno nomás. Para que no se aburra la voy a invitar al cinema.
-Oye Julia, ¿todavía dan la misma película en el cine?
Y cuando el romano pregunta quién es Espartaco, Espartaco se pone de pie y dice yo soy Espartaco. Porque él sabía que de no hacerlo crucificarían a sus otros compañeros. Y él, como jefe, tenía que dar el ejemplo… Si conseguimos el aumento me compraré una chompa con el reintegro. Ojalá no haya huelga.
-¿Estás segura que siguen dando la misma película, Julia?
Pedro hay que ver cómo los demás compañeros no delataron a Espartaco. Cuando él se paró, se levantó otro y otro y después otro. Y todos decían yo soy Espartaco, yo soy Espartaco, para que el romano no supiera quién era el verdadero Espartaco… Y Espartaco lloró de emoción.
-¿Quieres ir al cine hoy en la noche, Julia?. Pero te advierto que la película tiene mal fin.
¿Por qué siempre a los pobres nos aplastan como a gusanos?. Si tengo otro varón le voy a poner Espartaco. Ya se le nota la barriga a la Julia. Pobre mi mujercita, todo el día aquí metida fregándose los pulmones, lavando y cocinando.
-Sí Julia. Esta noche vamos al cine a ver Espartaco. Mándame la comida temprano y no te olvides de darle su remedio al Fico.
*****
El nuevo día en la barriada es anunciado por el retozar de los niños. Esa como si con una capa de dulzura se pretendiera cubrir los harapos hechos carne, la pobreza hecha madre. La barriada es la primera en despertarse sin siquiera desperezarse. Y entre la niebla y el frío del invierno, las mujeres y niños hacen cola para llenar sus latas con el agua que sale del único caño existente. Y los que viven más arriba tendrán que comprarla por cilindros a los camioneros.
La miseria parece haberse cansado de ser nómade y decidió fundar su propia ciudad: y así nació la barriada. Todo el mundo camina presuroso como queriendo ganar al tiempo. Las amas de casa corren al mercado, los hombres a su trabajo y los chiquillos a la zanja que les sirve de excusado.
Gerardo Núñez se pasó la chalina por el cuello y a pasos largos se dirigió a la fábrica. De cabello revuelto, mirada honda y con una nariz que amenazaba con desaparecer, mas bien parecía un  bohemio que un obrero.
Tres años atrás se había organizado un sindicato en la fábrica, pero como si ni existiera. Mas propiamente cumplía funciones de club social alentado adrede por el patrón parta distraer a los obreros de sus verdaderas metas.
Aunque algo estaba ocurriendo últimamente. Un desconcierto que todavía era un murmullo recorría los torvos espinazos de los trabajadores. Desde que llegó Jorge a trabajar en la fábrica algo estaba operándose en el espíritu de los obreros, indudablemente. Y Gerardo notaba el cambio ,aunque sin tomar conciencia plena de lo que se trataba.
Del bolsillo derecho de su chaqueta extrajo un abultado llavero y abrió el portón. Marcó la tarjeta de ingreso, sacudió el polvo de la silla y sentóse a dormitar, mientras el reloj anunciaba las seis de la mañana.
Afuera todo continuaba igual: la niebla, los canillitas descalzos, el mendigo paralítico de la esquina y la miseria convertida en casas de esteras en la barriada.
Pero adentro, en la fábrica, algo estaba cambiando.
-Desde que llegó el Jorge…
                                                                                         *****
El sol de Marara calentaba con más fuerza en el verano y la ropa se pegaba al cuerpo. Aunque las lluvias se hacían más persistentes nunca llegaban a ser torrenciales. Después de un día de arduo trajín por la cantidad de mercadería que vendió en La Paradita, Mario regresaba en su triciclo rumbo a la chichería de Tomasa.

Debido a que el techo de la sala era bastante bajo, el calor se tornaba insoportable, por lo que la mayoría de los clientes que bebían chicha o comían pescado, vestían solo pantalón y bividí. Y entre los rostros sudorosos y vientres prominentes a fuer de tanta chicha, contrastaba la figura grácil de Lucila, enamorada de Mario e hija de Tomasa.
Lucila era muy querida en el barrio y parecía un rayo de sol con sus dieciséis años primorosos y las trenzas azabaches balanceándose sobre sus hombros.
-Mira, Mario, allí llega Aurelio –dijo ella de pronto.
Aurelio se acercó, saludó primero a Tomasa y luego se sentó junto a los enamorados.
-¿Cómo te fue? –preguntó Aurelio dirigiéndose a Mario.
-Macanudo –contestó Mario-. Pintamos todo Marara.
-Ya lo sé. Te pregunté que cómo te fue porque he pasado por tu casa y he visto tiradas dos latas de pintura en el corral.
-Ah, disculpa, las recogeré de inmediato.
-Mira, Mario –dijo Aurelio-, no quiero llamarte la atención por quítame esta paja, pero cada vez estás más descuidado. Creo que ya no te voy a pedir que hagas nada.
Mario bajó la cabeza, pidió un poto de chicha y, con gran tranquilidad, arguyó:
-Que conste que pintamos toda la ciudad y nadie nos ha visto. ¿No te basta eso?
-No Mario, no basta. Y tú bien sabes que lo que más importa es la seguridad de todos… Bien, ya hemos hablado bastante y Lucila nos está mirando asustada. La tienes boba…
Antes de despedirse Aurelio se acercó a Lucila y le entregó un libro. Y apretándole las manos se marchó.
Al verlo salir, la vieja Tomasa pensó sobre este muchacho siempre tan correcto…
-En cambio el Mario, con la cabeza volada nomás anda.


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