Inversión minera para crecer: ¿conviene ir rápidos y
furiosos?*
Los conflictos
socioambientales, que en forma inaceptable cobran cada vez más vidas humanas, el
anuncio de Ollanta Humala (dicho ya tres veces) de una “nueva minería” y la
situación de nuestra economía nos llaman a reflexionar nuevamente este tema.
Junto a repensar las nuevas leyes y políticas para decidir dónde hacer minería y
bajo qué condiciones, es importante también preguntarse cuánto y en qué
plazos.
La inversión
minera durante el gobierno de García fue poco mayor a US$ 10 mil millones y la
economía creció bien. El gobierno actual proyecta inversiones en megaminería
cercanas a los US$ 50 mil millones. Es decir, cinco veces más. ¿Le conviene al
país que los megacapitales mineros privados sin planificación exploten, rápidos
y furiosos, nuestros recursos naturales?
Empecemos
recordando que si el oro y el cobre de Majaz, Tía María o Conga no se explotan
ahora, eso no quiere decir que se pierden. Quedan ahí y podrán ser explotados en
un futuro, quizás con nuevas tecnologías más respetuosas del ambiente y bajo
mejores condiciones sociales y políticas. El propio Premio Nobel de Economía,
Joseph Stiglitz, ha recomendado que si no se asegura un buen uso de los recursos
obtenidos, es mejor guardarlos para más adelante.
Pero para un
país con tantas necesidades como el nuestro, tener el dinero que trae la
explotación minera parece importante. En efecto, sería bueno si todo ese oro se
destinara a atender las necesidades más urgentes de nuestro pueblo; pero ojo que
lo que aún tenemos son sobreganancias mineras, así que esos recursos apoyan
nuestro desarrollo social sólo parcialmente. Se ha calculado que si se
estableciera un impuesto a las sobreganancias mineras, el gobierno recaudaría
más que lo que logra con el crecimiento de la minería .
En términos de
desarrollo económico, el riesgo más serio con un boom minero es la
llamada “enfermedad holandesa”. Estos booms de explotación de recursos naturales
agotables en cortos plazos que se encuentran registrados en nuestra historia con
el guano y el caucho, y lo han establecido también estudios económicos
internacionales, no ayudan al crecimiento económico de largo plazo. La
“enfermedad holandesa” frena el avance en otros sectores como la industria, el
turismo y el agro, desincentiva la innovación tecnológica y puede promover
crisis financieras.
En tiempos en
que la crisis económica mundial está afectando nuestras exportaciones no
tradicionales, agrícolas e industriales, lo menos que nos conviene es añadir
nuevos golpes a este sector productivo que, por cierto, genera mucho más empleo
que la minería y es sostenible en el tiempo.
Los conflictos y
la violencia social que este crecimiento “rápido y furioso” de la minería y el
petróleo multiplican, son también un peligro. Los estudios internacionales
también muestran que, en países con democracias débiles e historias coloniales,
estos booms de recursos naturales llevan a más conflictos e inestabilidad
política, con serios efectos negativos sobre el crecimiento de largo plazo. Este
gobierno lleva ya 17 muertos en conflictos, con todavía muchos proyectos mineros
por comenzar, mientras que grupos armados en el VRAE continúan su accionar y
grupos políticos violentistas como el MOVADEF marcan su presencia y articulan
protestas de los maestros en una decena de regiones del país. ¿De veras lo mejor
en estas condiciones es permitir que se siga echando combustible de alto
octanaje a los conflictos sociales, pensando que son sólo hechos aislados y que
no habrá consecuencias nacionales? ¿Somos tan ciegos para olvidar la tormenta de
odio y sangre que vivió nuestra patria hasta hace apenas 2 décadas
atrás?
Es de sentido
común que viajar a toda velocidad, rápidos y furiosos, no es lo más seguro.
Existe el riesgo de un choque que acabe con el viaje en forma abrupta y con
altos costos. Lo mismo sucede con el crecimiento de la minería. Un límite de
velocidad razonable, es lo más sensato.
*Por Pedro
Francke

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