miércoles, 13 de noviembre de 2013

NOVELA: “LA ESTRELLA  DEL AMANECER” 
 (ILLARE’C CHASKA).

AUTOR: CARLOS ALBERTO FLORES BORJA.

CAPÍTULO II



“Querida mamá… Mis deseos son de que te encuentres bien”.
El lapicero volvió a dormirse sobre el papel de carta –veinte centavos en la esquina- y Álvaro salió al balcón. Las colegialas que vivían al frente tocaban la puerta de su casa y cuando lo vieron comenzaron a cuchichear. Álvaro sintió que las miradas indiscretas de las chiquillas lo impacientaban y eran como dardos, seis exactamente, que le hincaban por todo el cuerpo. Quería continuar la carta, pero ahora los dardos se incrustaron en sus pies, clavándolo en el piso de madera del balcón. Al fin abrieron la puerta de entrada y las colegialas desaparecieron llevándose sus dardos. Los universitarios del Seminario comenzaron a abandonar el local…
“Yo estoy sin novedad, solo extrañándolos…”
Álvaro pensaba que las chiquillas, solo para variar,  deberían llegar un día tarde a su casa, o más temprano. O no llegar. Pero romper esa monotonía .¿Y porqué tenían que verlo siempre parado en el balcón?. Habría que buscar al culpable de esa situación, que bien podría ser él mismo, ya que infalible y cuotidianamente se había encontrado parado en el balcón a esa hora.
-Debo buscar trabajo con más entusiasmo-se dijo.
“Querida mamá, estoy buscando trabajo y ya me han ofrecido uno, solo que pagan poco”.
Las cartas se tornan difíciles cuando queremos pedir algo. ¿Cómo decirle a mamá para que le diga a papá que la pensión se había retrasado un mes?... Álvaro rompió las cuatro líneas que había logrado escribir y esparció los papelillos desde el balcón.
Hinchó los pulmones con el aire caliente del medio día y recién se dio cuenta que ya era hora de almorzar. Una de las chiquillas asomó a la puerta vestida con ropa de calle que la hacía más señorita sin sus gastadas blusa y falda azules.  Tarareaba una canción –Álvaro no la oía- mientras que con el pie marcaba el ritmo. Cuando levantó la vista divisó al muchacho en el balcón, sacó la lengua y se reintegró a su hogar tras un solemne portazo.
Con una toalla se limpió la cara, salió, cerró la puerta, bajó las escaleras y se dirigió al Comedor Universitario. Dos cuadras de frente y una a la izquierda. La fila de comensales daba varias vueltas en espiral dentro del comedor y su cola sobresalía algunos metros en la calle. No había mesa desocupada y todas las conversaciones de los universitarios reunidas formaban un solo barullo. Uno Hablaba que los apristas eran fascistas y que contrataban matones.  Más allá discutían el porqué la mujer abandonó a Belaunde.
Recién comenzaron a divisarse las ventanillas por donde servían el almuerzo y alguien pasó por su lado y le dijo camarada… No lo recordaba, pero seguro tenía que ser camarada. O tal vez porque en el comedor todos eran camaradas y le disgustaba la prostitución de tan hermosa palabra. A cualquier aventurero o politiquero le decían camarada. No había tiempo que perder, pensó Álvaro, hay que reivindicar la palabra camarada profanada por los falsos camaradas… Al fin llegó a la ventanilla y recibió su porción, acomodándose en el primer lugar vacío que encontró.
Cierta vez alguien había llamado “perros hambrientos” a los pensionistas del Comedor Universitario. Quizás por la desesperación con que luchaban por llegar a la ventanilla, la garra con que defendían su puesto y la extremada vigilancia ejercida para que los zampones no se colaran de contrabando en la fila. Lo cierto es que desde esa vez se quedaron con el mote de “perros hambrientos”.
                                                                                       *****
De la fila de casas hasta el muro habían unos trescientos metros de arena caliente, en la que cada grano era un pequeño sol. Espejo de tierra que reflejaba un cielo límpido y despejado.  Los niños tomaban impulso desde la vereda y emprendían la carrera hasta alcanzar el muro. De vez en cuando el más pequeño intentaba llegar a la sombra que proyectaba la pared, pero solo avanzaba hasta la mitad del camino, quedándose clavado en pleno arenal, desde donde gritaba y lloraba parándose ora en un pie ora en el otro tratando de evitar el dolor que sentía al contacto con la arena  caliente. De inmediato era rescatado por alguno de los otros niños ganándose un cocacho como escarmiento.
Arena caliente, buena para tostar maíz. Arena limpia rodeada de inmundicias. Limpia a fuerza de quemar. Pura al golpe del yunque purificador del sol.
Montada en mi burrito
vengo del norte a la capital.
La muralla correspondía a una de las paredes del estadio del Club Atlético Alianza.
Y traigo en mi alforjita
la rica chicha y ron de quemar.
Alrededor del único caño habían varias señoras llenando la lata con agua. De esa agua salada y caliente de Sullana.
También traigo a mi cholito
que si lo dejo me va a engañar.
Desde el mercado llegaba nítida la voz de Maritza Rodríguez. Parecía que la chiquilla estaba sentada allí, en el centro de la arena caliente. Sería por eso, tal vez, que su voz salía tan cálida, tan dulce.
No importa que se me muera
llegando a Lima lo he de enterrar.
Sonó el pito de la curtiembre y comenzaron a salir los trabajadores de Berrando.
Papá Manuel desde lejos reconoció a sus hijos jugando en el arenal. Al divisarlo los chicos corrieron hacia él prendiéndose de sus manos y pantalón, mientras que el más chiquito saltaba a sus brazos. El rostro adusto del moreno trabajador se ablandó y como un chiquillo se puso a correr por la arena junto con sus hijos. Pero súbitamente, como si acabara de acordarse de algo malo, se puso serio y dejando a sus pequeños, entró presuroso a casa.
La sala estaba en completo desorden y en el cuarto las camas no fueron recogidas. Cuando pasó por la habitación de sus hijos abrió la ventana para que se ventilara. Luego, evitando hacer el menor ruido, se dirigió al siguiente y último cuarto. Una señora de rostro pálido lo aguardaba con una sonrisa.
-Se acaba de ir mi sobrina –dijo ella-. Ya dejó la comida lista. La pobrecita se habrá cansado pues, sobre todo con los demonios de los churres.
-Allí están jugando afuera, ensuciándose en el arenal. ¿Todavía no llega la Victoria del trabajo?
-Ya no demora. Le encargué que me traiga algunas cositas del mercado y de paso se dé un saltito por el correo.
-Carajo -exclamó Papá Manuel- ese cojudo no escribe. Uno de estos días le caigo para ver si está estudiando o no.
-No le hemos enviado nada este mes, Manuel…
-Ya lo sé, ¿crees que me he olvidado? Hoy pedí adelanto pero no me  quieren dar… ¿Ya comiste?
-Ya, hombre, los churres también. Sobre la cocina está tapada tu comida, con la de la Victo.
Papá Manuel se dirigió a la cocina, destapó su almuerzo y se sentó a comer. En ese momento llegó su hija y el viejo la esperó para almorzar juntos.
-Ha escrito Álvaro, papá -informó la muchacha-. Allí tiene la carta mi mamá. Dice que ya encontró pega.
-¿Y quién le ha dicho que busque trabajo? -replicó el padre con la boca llena de arroz.
-Él querrá trabajar, gua…
-Segurito que es un pretexto para no estudiar.
-Pero papá, si lo hace mas bien para ayudarse a estudiar. Tú sabes que en la U se necesitan libros caros.
-¿Y no dice nada de la pensión? -preguntó el viejo.
Victoria no contestó. El viejo pensaba en su mujer y en sus dolores de espalda. Se estaba fregando la vieja de tanto lavar ropa, tanto cocinar, tanto criar hijos y para qué. El Álvaro era la única esperanza y sin embargo ni para mandarle la pensión alcanzaba.
-¿Y de qué está trabajando? -volvió a preguntar.
-De locutor en una radio -contestó la hija.
-Hablar no es ningún trabajo, solo que se puede enfermar de las amígdalas.
El sol seguía reflejándose en cada grano de arena y trasmitiendo su calor a la entraña de la tierra.  Era un sol vehemente y loco. Que calentaba donde nadie podía apagarlo. El río quedaba lejos y sus turbias aguas también sentían las brasas solares sobre sus remolinos, islotes y riberas.
Del Chira eres la perla…
Cuando cantaba Maritza todos sentían al sol dentro de sí. Trasladado a sus pechos, hecho faro, linterna. Tenía voz de pueblo: alegre en sus tonos pero dolorido en su médula. Voz de pueblo joven aprendiendo a caminar, tropezándose, silbando, arrancando los cardos del sendero. Voz de pueblo purificándose a fuer de tanto sol. Cantando.
                                                                                             *****
Era el último día en que la propaganda era permitida y no había pared de la Universidad sin pintar. En la puerta de la vieja casona un grupo de cinco estudiantes repartían volantes y vendían el primer número de un periodiquito mimeografiado que llevaba el pomposo nombre de REBELIÓN. Wálter y Álvaro estaban a cada lado del portón ofreciendo el periódico a los que ingresaban o salían. Fue una novedad. Pronto se acabarían los quinientos números del primer tiraje.
En la puerta se había reunido un buen número de universitarios que felicitaban a Wálter y Álvaro por la aparición del periódico y la fundación del Círculo. La mayoría de ellos eran izquierdistas sin militancia partidaria, pero ansiosos de acabar con la corrupción que sembraban los politiqueros. Los comunistas decían: “Círculo, ¿para qué?...Deben ser trotsquistas”…Los apristas afirmaban: “Es un nuevo organismo de fachada del comunismo internacional”. Y los democristianos comentaban: “Son marxistas de la nueva ola”.
Hacía una semana que se había constituido el Círculo y ya estaba en acción.  Y desde el primer número su periódico hablaba en un lenguaje nuevo, viril,  del que ya se habían olvidado muchos estudiantes y que no conocían la mayoría.  Hasta antes de la salida de REBELIÓN solo aparecían esporádicamente algunos panfletos, sobre todo en épocas de contienda electoral. Y pregonaban hasta el cansancio sobre “reforma universitaria”, “autonomía”, etc. REBELIÓN se editaba pidiendo a todos los estudiantes que reorienten su actividad hacia las masas populares. Que vayan a las barriadas, a los sindicatos a crear conciencia de clase, a preparar la revolución socialista en el Perú.  Y recomendaba a todos un profundo estudio de la realidad nacional.
Siete días exactamente. Ni más ni menos. Pero memorables por cierto. Álvaro había conseguido el trabajo de locutor y Wálter cristalizaba uno de sus más caros anhelos: formar una institución donde se prepare doctrinariamente a los estudiantes, para que  luego se convirtieran en apóstoles de la justicia social. Álvaro lo había animado enormemente en este ideal y juntos redactaron el estatuto, enviaron comunicaciones a los órganos de prensa y, en fin, cumplieron con todo el papeleo usual en estos casos.
Durante la noche los tres inquilinos del trasnochador cuartito se reunieron por primera vez en su propio departamento para tomarse unas cuantas cervezas que las invitó Armando. Parecía que el largirucho muchacho era el más emocionado con la creación del Círculo y la edición del periódico.
Mientras tanto, afuera,  Trujillo comenzó a dormirse. Huanchaco y Buenos Aires le enviaban sus brisas que no alcanzaban a llegar. El silencio iba poco a poco tomando asiento en sus dominios, hasta que envolvió en sus redes afónicas a todos los jirones, plazas y avenidas. Y hasta a la siempre bulliciosa Universidad.
Mudos dormían los cartelones y retratos inmensos de los candidatos. Allí estaba Cristóbal, bien peinado, posando, con el nudo de la corbata impecable y con sus lentes de fina montura precediendo a sus ojos, purificando su mirada. Debajo de él, un enorme cartelón rezaba: TU VOTO POR EL CANDIDATO DE LA JUVENTUD REVOLUCIONARIA.
No había duda de que era un revolucionario muy elegante. Cualquiera diría que la fotografía correspondía al Príncipe Fulano durante su mocedad.  O al renombrado literato Tal, meditando sobre el inaudible aleteo de la mariposa sobre una leda rosa…
El candidato del APRA se había hecho fotografiar tan solo en mangas de camisa -oh sublimes maestros de la trapisonda y la demagogia-, rostro ceñudo, expresión adusta y un dedo acusador señalando a enigmáticos enemigos... Debajo, grandes letras rojas decían: TERMINEMOS CON LA INMORALIDAD. Y parece que así lo entendieron quienes al día siguiente arrancaron el retrato y lo convirtieron en humeante pira.
                                                                                           *****
No sé si me atreveré a encerrarme en la oficina del gringo a discutir el pliego. Ese gringo es medio loco. Cuando se amarga se pone a gritar en su idioma y es como si estuviera rebuznando. Mañana se inicia la discusión y Jorge quiere que vaya como delegado. No hay duda que es un buen muchacho. Y trabajador como toro. Pero tengo miedo. Ese viejo ojos de sapo me hace dar escalofríos.
Cuando voy al cine de noche me da sueño y la Julia no olvida la costumbre de ponerse a llorar en plena película. Y ahora ella también quiere que le pongamos Espartaco al niño si es que nace hombrecito. No pude ver bien la peli seguramente pensando que el Fico se vaya a despertar.
-Núñez ¿aún no llega la carga? -preguntó el Administrador.
-Todavía, señor.
Quien debe de estar por llegar es el Fico… El próximo año tiene que ir a la escuela de todas maneras. Si no le hubiera hecho caso a la llorona de su mamá, ya estuviera terminando la transición. Pero este año sí va. Ni que se fuera al ejército para que llore tanto.
¿Y si le dijera al Jorge que mi hijito está enfermo y que no podré estar en la discusión del pliego?... Seguro que se molesta. De repente el viejo ojos de sapo me despide.
¿Porqué demorará tanto el Fico? Muchachito del diantre viene juega y juega por el camino.
-Núñez, ¿todavía no llega el camión?
-Todavía, señor. Ni que se haya pasado de frente…
-Pues deja entonces de estar cabeceando como borracho y pon más atención a la puerta.
-Bien, señor.
Desde que presentamos el pliego el tipo anda friega y friega… ¡Hueleculo del gringo! Pero en la calle lo he de encontrar algún día. Cómo no va a la barriada para que lo pulan. Los choros no entran en vainas y rapidito nomás lo cuadran… Ya van más de cuatro meses que la Junta de la Vivienda nos está engañando. Que este mes les ponemos el agua, que ya viene la luz, que la escuela… ¡Váyanse al diablo! Si queremos conseguir algo ternemos que lograrlo con nuestro propio esfuerzo, luchando contra todo lo que se interponga. ¡Cómo estuviera allí el Jorge para que nos dirija! Uno de estos días le cuento todo porque él siempre encuentra solución a los problemas. Tipo letrado, pues. Pero no es pretencioso. Ojalá le baje los humos al cara de sapo.
-Buenos días, don Gerardo.
-Hola, Pepito.
-Le traigo su comida don Gerardo. La señora Julia me mandó pues, don Gerardo, porque dice que el Fico está con calentura y no podía venir… Así me lo dijo don Gerardo…
El Fico con calentura, carajo, solo eso me faltaba. Seguro que la Julia ya dejó que se mojara. Si uno tiene que estar en todo, por la reflauta. Siempre le estoy diciendo cuidado con que se moje el muchacho, cuidado con que se moje. Pero le entra por una oreja y le sale por la otra. Y ni plata tengo para comprarle unas inyecciones. Ojalá que no sea nada grave, pero cómo le roncaba el pechito anoche…  Solo los pobres nos enfermamos, creo. Y cuando llega la de malas nunca llega sola.
La comida está amarga. Así debe ser la comida de los pobres. Amarga como el café negro. Comida amarga de miseria, de peste, de cansancio. Amarga y espesa. Espesa de lágrimas reprimidas y gritos no brotados. Espesa de esputos con sangre de pulmones consumidos, con babas de rabia. Comida espesa, amarga, dura, cara. No porque la haya preparado así la Julia. Comida amarga porque la han amargado quienes no nos quieren.
                                                                                             *****
La oficina del Señor Gerente no era muy espaciosa. Por únicos muebles tenía un escritorio, cuatro sillas y un sofá. Sobre la mesa     descansaban ordenadamente un buen número de papeles, teléfono e intercomunicador. Y detrás de la mesa, la figura del Señor Gerente: un yanqui que había hecho fortuna en nuestro país.
El Señor Gerente nunca había permitido el ingreso de un obrero a su oficina. Ni aún del Administrador. Cuando éste quería hablar con aquel lo hacía a través de una ventana especial… Y no había escena más siniestra que verlos juntos. Por un lado de la ventanilla: un par de ojos desorbitados, encrustados en un rostro alcohólico de piel rugosa. Y por el otro: un cuerpo largirucho, magro y encorvado. Se diría que dos malvados personajes de los cuentos de monstruos se habían escapado de las páginas de algún libro tenebroso para tramar algo…
El Administrador salió presuroso de la fábrica y antes de arrancar el auto esbozó una sonrisa maligna. Gerardo se estremeció desde la puerta. El Administrador regresó después de una hora y se dirigió directamente a la ventanilla de la oficina del Señor Gerente.
-Sí se puede, Señor Gerente. Ya conversé con el señor Ordóñez. Le envía sus saludos y dice que está a su disposición para lo que sea bueno -dijo el Administrador.
-Ya puede llamar a ésos -rugió el sapo- y hágalos entrar a la oficina.
-¿Los hago entrar a la oficina, señor? –preguntó el ratón.
-Sí, hágalos entrar nomás.
                                                                                  *****
Esto se pone feo, caramba .Pero ya estamos embarcados y hay que darle pa’lante nomás. Cree que porque tiene esa cara nos va asustar. A un estómago vacío no lo asusta nada. Total, ¿qué podemos perder?... ¡Qué bien habla el Jorge!. Las cosas necesitan ser puestas en su sitio para desempeñar una función que justifique su existencia. Lo que para nada sirve, demás está. ¿Podremos los obreros administrar las fábricas?. Jorge dice que sí y que en otros países ya se hace. ¿Cómo era la frase célebre que me enseñó?... Ya la tengo aquí, ya sale ,ya sale…
-Así que el gringo los botó de la oficina.
-Nosotros nos salimos y solo cuando vio que ya estábamos en la puerta gritó ¡Fuera!., y se puso a hablar en inglés. Nos insultaría, seguro.
-¿Y ahora qué vamos a hacer, compañero?
-Lo que vamos a hacer es demostrarle que de los obreros nadie se ríe. Ya Jorge informará detalladamente en la asamblea de la noche.
-¿Qué hay asamblea ahora?
-¡Cómo!... ¿No has visto la pizarra?
De hoy en adelante estudiaré bastante. Si es posible me matricularé en la nocturna… ¿Cómo diablos fue la frase aquella?... Los pobres no tenemos nada que perder. Solo… Ah, ya sé. Los pobres no tenemos nada que perder, solo nuestras cadenas, pero tenemos todo un mundo por ganar. Que llegue a la casa la voy a revisar. Me estoy volviendo bruto. La apunté en mi libretita amarilla y ojalá la Julia no la haya botado.
No hubo más remedio que prestar plata para las medicinas del Fico. ¿Cómo seguirá? Si le vuelve la fiebre ,mañana temprano lo llevo al hospital.
-Buenos días, Gerardo.
-Hola.
-¿Hay huelga o no?
-Depende .En la noche lo veremos.
“Señor Gerente, los puntos de nuestro pliego de reclamos son por demás justos.  Recién estamos pidiendo para nosotros lo que otros sindicatos ya lo consiguieron hace años”.
“No venga usted a darme lecciones de sindicalismo, jovencito,  y vaya al grano que no me sobra el tiempo para perderlo”.
Esa hoja de papel se va a volar por la ventana. Un poco más y se vuela. Hace calor en la oficina del viejo. Qué raro, ya no me da miedo.
“Jamás el personal ha tenido líos con la gerencia y sepa usted, jovencito,  que sin que nadie me lo exigiera año tras año he venido otorgando aumentos al personal”.
¡Qué calor más pegajoso!  Estoy sudando.  Debe haber calefacción por algún lado.  El gringo toma puro wisky. Viéndolo de cerca es más feo que de lejos.  Tiene ojos de perro viejo, rojos… Ya se voló el papel y nadie lo recoge.
“¿Y el local, quién lo ha regalado?... ¿Y la cerveza para las fiestas?... ¿Y el aguinaldo de navidad?... ¿Y…”
Cuando le cuente a la Julia que he estado en la oficina del viejo no me lo va a creer. Gringo del diablo, no nos ha hecho ni sentar… Ahora está hablando el Paco.
“Y algunos compañeros, pues, no llegan al salario mínimo, pues”.
Tengo que decir algo yo también.  No es justo que me quede callado .Van a creer que me he chupado… ¿Me permite?”… El viejo se está poniendo rojo, mejor no hablo, pues ya mismo estalla… “¿Me permite?”… Ni me mira siquiera. Creo q   ue he hablado tan despacio que ni mis compañeros me han escuchado. O de repente no he hablado. Jorge está mira que mira. Ya voy a hablar, espérate, no creas que me he chupado… “Señor”… “Diga usted”.
¡Qué desgracia! Comenzarme a temblar las piernas justo cuando tenía que hablar. No sé ni cómo empecé, pero apenas el Jorge me sonrió ,le dije sus cuatro frescas al viejo. Si me botan, que me boten, pues, carajo. Te juro que quemo la fábrica, gringo ojos de sapo. Yo he visto arder una fábrica en mi tierra… Ya se voló otro papel de la mesa. Creo que el gringo lo ha botado de puro amargo .Pucha, que ya mismo estalla. Ahorita nos echa a patadas. ¡Y allí sí que se arma!
-Cinco para las seis…
Cuando hay una causa que desde el horizonte nos ilumina el camino, sí dan ganas de vivir. Siete años perdí esa esperanza, pero hoy la he recobrado. Sin un ideal la vida es vacía, hueca, como la de mis vecinos de la barriada. Pero yo les hablaré. Son gente buena, sino que no se preocupan por luchar. Jorge dice que ellos no tienen la culpa de ser ignorantes, sino quienes tienen en sus manos las riendas de la enseñanza y no la imparten. Al Gobierno debe darle miedo que nosotros los pobres sepamos algo. Mientras más brutos, más fácilmente nos explotan. Uno de estos días invito al Jorge a que se tome unos tragos en mi casa.
-Las seis, me voy…
Cuando Lima comienza a oler a pescado me sudan las manos. Será manía, seguro. O de repente me sudan de nervios. Sí, esta noche es la asamblea y por fin los trabajadores de la fábrica daremos un paso decisivo. Por fin el cara de sapo sabrá quiénes somos. No nos asustará.  Nadie nos asustará estando unidos.
Pucha, qué oscuro está todo. “La próxima semana ponemos los postes, señor Núñez”. Vieja chuchumeca, mentirosa. Años nos tienen engañando. Total, ni agua, ni luz, ni alcantarillado, ni escuela, ni nada. Al diablo con la loca esa, así sea la mujer del Presidente. Al diablo con la Junta de Asistencia Social, la Junta de la Vivienda y tanta puta junta que para nada sirven. Mas que para darnos las sobras de los ricos, sus ropas usadas, la leche que ya no toman. O, como dice Jorge, para darnos las limosnas de los gringos, sus migajas… ¡Y después que vienen y se llevan nuestras riquezas!.
Hace tiempo yo les decía a los muchachos de la fábrica: organicémonos, organicémonos. Nunca me gustaron esas fiestas hipócritas que nos regalaba el patrón. Pero nadie me hacía caso. Y es que no soy preparado, me falta empuje. Aunque la verdad, pocas veces les hablaba. Solo algunitos estábamos convencidos de hacer algo. Pero no sabíamos qué… Cuántos otros hermanos obreros estarán como estábamos nosotros: sin dirección, sin metas. Sin cabeza no se puede hacer nada. Faltan muchos Jorges en todas las fábricas. Los obreros sentimos el hambre, pero no sabemos qué hacer. Hay otros que ni sindicatos tienen.
                                                                                  *****
Por la avenida Venezuela siempre había un tráfico intenso. A esta hora. A cualquier hora. Nacía bulliciosa en la avenida Alfonso Ugarte y moría reptando rumbo al Callao, entre fábricas. El local del sindicato estaba casi al final y era un amplio salón, con unas treinta sillas y dos grandes mesas. En la pared del fondo colgaba una pizarra que durante las fiestas servía para promocionar los precios de las bebidas y viandas. Una radio llevada por algún compañero sonaba en una de las mesas.
Afuera, la avenida Venezuela seguía coqueta y bulliciosa, acariciada por menudos zapatitos de cristal, por zapatos remendados de obreros, por zapatos tipo aguja de las señoritas, por los pies descalzos de los canillitas y los llagados del mendigo.
Uno a uno los obreros fueron llegando a su local sindical para la asamblea programada por los dirigentes.
                                                                                          *****
De todo Marara solo su Plaza de Armas podía brindar un poco de aire fresco. Grandes árboles de tamarindo –coposos, varoniles- habían crecido desordenadamente, semejando el parque un oasis en medio del desierto que era Marara.  Durante el día, ni el más leve ruido osaba interrumpir el sueño de los ancianos, jubilados de la vida, que convertían las bancas del parque en sensuales hamacas tropicales. Y cuando el sol caía más fuerte, perpendicular y caliente, ya no solo la Plaza de Armas dormía sino todo el pueblo… Y se creó el silencio: caliente, hirviendo, amodorrador y exótico.
El río, sin alcanzar siquiera a refrescar sus orillas, también dormía…
Pero en la noche la Plaza de Armas cobraba un inusitado brío. Todo se despertaba al golpe mágico del aire fresco serpenteando entre las ramas de los tamarindos. Un torbellino de jóvenes giraban por el perímetro del parque, mientras los padres de familia, empleados y amas de casa, permanecían sentados en las bancas, mirando las faldas multicolores de las muchachas y los pantalones apretados de los jovencitos.
Llegó el domingo. Descanso para el músculo, alegría para el espíritu. El río dividía a Marara en dos distritos populosos. El sector izquierdo era el más pobre y conformado casi en su totalidad por campesinos de las haciendas algodoneras. Era el distrito de las picanterías y chinganas. Distrito con sabor a pueblo mismo, con olor a sudor. Desperdigadas por la orilla del río habían algunas  casitas, separadas una de otra por más de doscientos metros, y cuyos dueños se ocupaban en sembrar las tierras irrigadas por el río y adyacentes a su vera. Y entre el río y los bohíos corría un camino por donde los estudiantes, repasando sus lecciones,  se entremezclaban con las parejas de enamorados y solitarios caminantes.
La última casita no se diferenciaba en nada de las demás. A su puerta  dormitaba un perro que entreabría sus ojos para observar el paso de algún anónimo transeúnte que a trancazos marchaba por el camino; o a ese estudiante que ensimismado con el libro que llevaba casi pegado a su nariz, se tropezaba a cada rato con las piedras del sendero..
De vez en cuando un paseante hacía alto frente a la casita, y sin despegar el libro de su rostro, miraba disimuladamente y de reojo en todas las direcciones, para luego, con pasos lentos, dirigirse hacia la puerta. El perro movía la cola y lo dejaba pasar. Y así hasta que ingresaron cinco personas. Una vieja los iba recibiendo y les enseñaba el cuarto interior que ya todos conocían. Sentados sobre un batán charlaban sobre diferentes tópicos, hasta que Aurelio anunció:
-Ya estamos completos.
El dueño de la choza acudía entonces a atrancar la puerta, para luego retornar y sentarse junto a los demás.
-Compañeros –dijo Aurelio-, vamos a comenzar la reunión continuando con el estudio del Materialismo Histórico que iniciamos la semana pasada. Decíamos que así como todos los fenómenos y hechos que se registran en la naturaleza no se producen al azar sino que están regidos por leyes comprobadas en la práctica mediante la experimentación científica,  de igual manera los hechos históricos también están regidos por leyes científicas, objetivas, independientes de nuestra voluntad.
La célula Miguel Grau del MIR estaba conformada por un estudiante de Secundaria del último año, un obrero de una fábrica desmotadora de algodón, un mercachifle, un doméstico de casa burguesa y por el dueño del inmueble que pertenecía a una comunidad de colonos.
Todos actuaban con nombres supuestos y ni siquiera sabían cuál era el nombre real de Aurelio, salvo el dueño de casa que lo conocía desde pequeño y lo quería como a un hijo. Aurelio les recordaba repetidamente la importancia del uso del seudónimo como medida de seguridad partidaria y personal. Es así como nadie se preocupaba de averiguar el verdadero nombre de sus otros compañeros. Quizás hasta ni les importaba tener nombres y apellidos distintos si todos se sentían hermanados por una misma causa, por un mismo ideal de justicia social. S no se llamaban “compañero” se llamaban “hermano” y eso era lo único importante.
Una vez terminado el estudio del siguiente capítulo del Materialismo Histórico, pasaron a la segunda parte de la sesión. Aurelio se reunía por separado con cada uno de los asistentes recabando información sobre su labor dentro de las respectivas organizaciones donde discurrían sus vidas diarias. Se hacía crítica y autocrítica de las tareas realizadas y se asignaban otras nuevas para la próxima semana. Luego, volvían todos al cuartito continuando la reunión con un intercambio de experiencias y crítica y autocrítica general.
Después de más o menos tres horas continuas, uno a uno iniciaron la despedida, para al final quedar Aurelio con los propietarios de la casa.
El viejo dueño de la choza, entonces, se recostaba en su tarima y soñaba… Soñaba con miles de obreros, campesinos y estudiantes desfilan do por la Plaza de Armas de Marara. Y él también iba entre esos campesinos que marchaban. Desde la vereda, su esposa lo aplaudía frenéticamente, mientras que con orgullo decía a sus vecinas:
-¡Ese es mi viejo!
El río parecía despertar cuando algún tronco pasaba rozándole el undoso lomo o cuando una enramada rascaba su espinazo. Solo entonces abría sus mojados ojos extendiendo sus miembros a ambos costados. Y las chocitas se sentían francamente acariciadas por este río holgazán que solo una vez al año se portaba como hombre. Aunque a veces, para decir la pura verdad, se pasaba de la raya, convirtiéndose en un monstruo acuoso que no respetaba ni la sobriedad de los sauces… ¡Y menos las chozas humildes de los campesinos!.
Los estudiantes continuaban su ir y venir por el callado sendero que paciente resistía las pisadas hondas sin quejarse siquiera. Algún tocadiscos -cualquiera-  comenzaba a lanzar desentonado y estridente las notas de un vals -cualquiera-. Y era la voz de ataque para que inmediatamente saliera otro y otro y luego otro, hasta que no se podía apreciar cuál era la canción que volaba por los aires… O si simple y llanamente eran quejidos los que se escuchaban.
Y los quemados habitantes de Marara comenzaban a matar este domingo, para olvidarse del dolor humano y de la carga que sentían sobre sus espaldas.


    



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