jueves, 31 de marzo de 2011

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

POR: MANUEL CABAÑAS LÓPEZ

Si de pan se trata, Amazonas es un departamento privilegiado respecto a este alimento diario. Tal es así que gracias al pan, Doña Maruja Chuquimbalqui acaba de ganar un premio nacional de manos de la Ministra de la Mujer y Desarrollo Humano. Gracias al pan, el nombre de Chachapoyas muy en particular, se escucha por todas partes. Si de pan se trata, no hay nada mejor que el pan hecho con manos de amazonenses en general.


Cada lugar de Amazonas, tiene su estilo para prepararlo. Es referente en el caso de Chachapoyas, excepto los que se hacen en la ciudad, los panes de Montevideo, de La Magdalena, ni que decir de Leymebamba. Si viajamos a Luya, vaya que son fuera de serie los panes de maíz y de trigo. Eso lo pude comprobar en mi viaje a Luya, donde un fuerte aroma a pan me llamó la atención y como esos perritos que se guían por el olfato llegué a una casa cerca del río Jucusbamba para deleitarme con el aroma del pan recién horneado, palpar la suavidad de su textura y comerlo recién salido del horno en base a barro y calendado a leña.
No es una panadería cualquiera. Es una asociación de mujeres emprendedoras que formaron una Organización Social de Base “SANTA ISABEL” en diciembre del 2003. Ante la inercia de unos años sin producción y la amenaza de quitarles la maquinaria, 16 mujeres luyanas se pusieron manos a la obra y hoy por hoy son el referente en la localidad y su pan se agota en menos de lo que uno se imagina, ya que producen un promedio de mil panes tanto en la mañana como por la tarde.
Eran las cuatro de la tarde cuando arribamos a Luya proveniente de Lámud. Había mucho movimiento. Era un día de mercado. Había mucha gente para el regreso a Chachapoyas pero pocos vehículos y fiel a una costumbre, fui al mercado a comprar unos agradables quesos hechos artesanalmente en Inguilpata, preguntando por el pan me indicaron el lugar adecuado para comprarlo. Mochila al hombro, caminamos unas cuantas cuadras y entre olor a agua fresca por el río, el aroma del pan resaltaba sobre el guarango, los cartuchos y el aliso.


La panadería cuenta con un amplio local, bien ventilado y distribuido. Cuenta con áreas para amasar el pan, para el oreado y los moldes, en otro ambiente está el horno donde la temperatura es alta y nuestros anteojos se empañan y no poder enfocar bien la cámara para tomar las fotos. En esa hora salía del horno el mollete, el cumpao y el de trigo. Doña Carmen Meléndez la coordinadora del grupo me alcanza uno y cual galleta se diluyo en la boca.
Me cuentan que un quintal de harina utilizan todos los días para hacer el pan. Entusiasmadas me cuentan que el pan lo llevan a otras partes del país y que “rapidito” se acaba. Para que todas tengan oportunidad de obtener más ingresos en el hogar, las socias se dividen el trabajo para ganar un jornal de cuarenta soles por semana, el resto de las ganancias lo invierten en la panadería, para renovar los equipos, para comprar los insumos y contar con trajes que garanticen la limpieza del producto para la venta.

 
Luego de degustar el pan y sentirme agradecido de contar con mujeres de esta naturaleza que miran en futuro con optimismo, luego de comprar cinco soles de pan, salgo con la promesa de escribir sobre ellas y su trabajo y por supuesto de invitarlos a todos a consumir el pan luyano, tal como el de chacha, son panes de calidad y una delicia en nuestro paladar, gañote o como lo quera llamar.

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